EL SOL ENTRO DE LLENO EN EL ATICO

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A punta de bordar, empezó a no pensar. Era como mirar sin ver. Se dejaba llevar por la corriente de sus horas, carente de acontecimientos trascendentes. Aunque alguna vez había vuelto a la calle X buscando lo que no tenía, con la única intención de contemplarlo de lejos, no lo había encontrado.

Cuando había dejado de sentirse hasta por fuera, un día le volvieron los mareos, cayéndose de nuevo en los sueños.

El viaje la contradecía… Estaba viva.

Los meses que precedieron a imaginar Soledad se dedicó en cuerpo y alma a crear el ajuar más delicado y tierno que jamás había pasado por sus manos.
El velo inacabado se terminó durmiendo en el último cajón de su cómoda, dando paso a cuentos, leyendas, poemas, todo llevaba el sello de su amor. Sin conocerlo, ya lo amaba. Era el regalo más hermoso que había recibido nunca. Llevaba una vida dentro ella, que se creía muerta, la iba creando con su propia sangre.

Había un ser pequeño e indefenso que, para poder vivir, necesitaba de su vida.

Y nació la horizontal. En el helado amanecer de un 22 de Enero, le vio abrir sus ojos; dos gotas de tinta que se diluyeron en sus lágrimas de enamorada principiante. Llegó trayendo bajo su tierno brazo el Amor de la ilusión. Lo que Soledad había perdido en el amor a un hombre ahora lo ganaba en el amor a sus escritos, le traía la comida que ella ansiaba. Amor.

Empezó a vivir para, por y en el. No dejaba de sorprenderse de las maravillas genéticas. Gastaba horas enteras observándole, descubriendo en cada rincón su propia imagen. En su óvalo, en su mirada, en los ojos de los hombres…
Por más que buscaba algún vestigio del pasado, no lo encontraba.

Cuando por primera vez sus manos le tocaron, supo que aquellos dedos estaban hechos para acariciar sinfonías. Eran suaves y robustos.

Una foto estudio con el sello de la casa fotográfica marcado en alto relieve, en la que aparecía en una fiesta, envolvió el resto de sus días, en su bata bordada, sobre un nido de tafetanes tornasolados.

Los años fueron cayendo sin grandes sobresaltos. Soledad seguía escribiendo y cantando, pura densidad en la que sentía hasta el mas leve matiz de toda su carne, como el nacimiento del sol bajo la ventana de su ático…
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